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viernes, 29 de abril de 2016

MONTA DE TOROS AL ESTILO GUANACASTECO

De juego a vicio

La pasión por la monta de toros le llegó como herencia a una generación de jóvenes que insisten en imitar las proezas de sus padres y abuelos. Unos crecieron entre potreros, ganado y espuelas, otros aprendieron de tanto ir a los redondeles y ver a los grandes de la época.
Infográfico:
  • ¡Puerta!

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    Además:
  • "Nunca más"
  • Herencia colonial
  • Una nueva camada de montadores está creciendo, muchachos que están deseando tener cédula para poder debutar en la manga de un redondel. Pero mientras les llega la mayoría de edad, ellos practican por su cuenta.
    En Liberia, por ejemplo, varios adolescentes cuelgan un barril en cuatro árboles y lo forran con sacos o alfombra; se fajan las espuelas, se sientan sobre él y, agarrados a un mecate que hace de pretal, piden puerta para que cuatro compañeros los zarandeen en un intento por botarlos.
    "Es como un juego, pero así vamos sacando fuerza en las piernas, aprendemos a usar las espuelas y a soportar los movimientos de un toro, para cuando nos toque montar de verdad", explica Luis Enrique Camareno, un joven del barrio La Victoria.
    Casi todos los montadores comienzan por el vacilón. Andaban en algunas fiestas y alguien los retó a subirse a un toro. Envalentonados, o borrachos, aceptaron la propuesta y debutaron. Otros empezaron en la finca familiar o con el ganado de los vecinos, en un juego de niños que después crecieron alimentando su rivalidad con los animales.
    Después el asunto se vuelve un vicio. De lunes a viernes trabajan como peones, en fábricas o empresas, y el fin de semana se van de pueblo en pueblo, pidiendo a los ganaderos un animal para montar. Ellos lo llaman "charralear", pero solo así ganan experiencia.
    "Es duro, porque en algunos pueblos los ganaderos no te dejan montar, o te dan un toro ëcochinoí y peligroso o te preguntan cuánto costó el pase del bus para que te devolvás", cuenta Javier Rodríguez Bonilla, generaleño de 27 años.
    Por eso muchos buscan formar parte de algún grupo de monta, así aseguran su participación en eventos más concurridos y seguros.
    Y es que, sin importar por dónde se mire, la monta de toros se convierte en un desafío que pone a prueba dos fuerzas incomparables entre sí. Un hombre de unos 60 kilos luchará para evitar que un animal de 600 se lo quite de encima. Pero también es una lucha mental.
    "Después de pedir ëpuertaí y mientras vigila los movimientos del toro, el montador pelea por controlar sus nervios", dice Víctor Corrales, el famoso Tijo de las Juntas de Abangares, gran montador en décadas pasadas.
    Por eso los cigarros abundan cerca de la manga. El tabaco es un alivio para quienes tienen las espuelas fajadas y solo esperan que el toro esté listo, también lo son los golpes que ellos mismos se dan en las piernas y el rostro, para sacar la tensión de los músculos.
    Y, por supuesto, los rezos, las plegarias de último momento en algún rincón bajo las graderías o incluso junto a la manga, casi hincados a las patas del animal que se disponen a montar.
    Si hay imágenes impactantes en este mundo, la expresión en el rostro de un montador antes de pedir ëpuertaí es una de ellas. Al sentarse en el lomo, sabe que en los próximos cinco segundos puede estar muerto. Entonces la fuerza, la tensión, el miedo y la angustia se mezclan en una mueca indescriptible.
    Para que la monta sea buena, el hombre debe permanecer entre ocho y doce segundos sobre el lomo del toro, soportando sus sacudidas. Aunque puede ayudarse con las manos aferradas al pretal, la fortaleza y seguridad del montador está en sus piernas. Si las espuelas se despegan del toro, saben que, irremediablemente, van para el suelo.
    "El reto es no dejarse botar y hay que conseguirlo como sea. A veces uno quisiera agarrarse hasta con los dientes", afirma el Chino de Bagaces, Enrique Méndez Arias, campeón de monta, de apenas 21 años.
    En la película norteamericana 8 segundos, un famoso montador de Estados Unidos dice que dominar a un toro es como tomar un tornado y sostenerlo con una mano. Por eso al final de las buenas jugadas, cuando el animal dejó de luchar y se detuvo en la arena, el montador baja del lomo como un triunfador. Se persigna, corre, grita, levanta los brazos y hasta lanza besos al público para celebrar su hazaña.

    Espectáculo de masas

    En Costa Rica existen al menos seis agrupaciones profesionales que realizan sus propios campeonatos de monta. Tres de las más conocidas son Los Taurinos del Pacífico, Los Populares Profesionales y la Asociación de Espectáculos Taurinos (ACET).
    Durante el año estos grupos organizan decenas de actividades en las siete provincias, tantos que la monta de toros se ha convertido casi en un deporte y los participantes, en verdaderos atletas.
    Para elegir sus montadores, cada agrupación realiza un minucioso proceso de selección en el que se les exige condición física y sobriedad para que puedan asistir a más de 30 jornadas por temporada.
    Solo por una monta reciben entre ¢10.000 y ¢30.000, más los premios que ganan si ocupan alguno de los tres primeros lugares de su categoría. Al final del torneo, el gran ganador puede llevarse premios más jugosos, que a veces han sido de hasta ¢3 millones.
    El promedio de edad de los montadores no supera los 21 años y entre ellos hay agricultores, peones de ganaderías, operarios, albañiles, misceláneos y cafetaleros de muchas regiones del país que viajan cientos de kilómetros para competir.
    Vienen desde Bagaces, Liberia, Alajuela, Guápiles, La Cruz, Acosta, Parrita, isla Chira y Coto Brus y muchas veces deben quedarse en la casa de compañeros o parientes.
    Fuera del redondel, parecen cualquier cosa menos montadores. Usan peinados modernos y visten pantalones anchos, gorras, camisas ajustadas y tenis. En la faja de cuero, cuya hebilla es el único elemento que refleja su afición por los toros, cuelgan modernos teléfonos celulares que empiezan a timbrar apenas acaba el espectáculo.
    La mayoría monta sin el consentimiento de sus familias. Algunos cuentan con los rezos de sus madres, otros con la sentencia de que, si regresan con algún golpe, será mejor que busquen dónde sanar sus heridas.
    "Mi papá me ha advertido que el día que un toro me lesione, haga de cuenta que no tengo padres", cuenta Javier Ramírez López, un liberiano de 18 años que compite con Los Taurinos del Pacífico.
    Pero muchos compiten para ganar fama y hacerse un nombre en el mundo de la monta. Si lo hacen, su imagen y sus faenas irán de boca en boca, los niños los verán como ídolos y las damitas los buscarán al final de la jornada.
    Además, desde hace varios años, los campeonatos de monta tienen un lugar en la televisión nacional. Los Taurinos y Los Populares rentan espacio semanal en canal 13 para transmitir sus propios programas y ser difusores de la cultura taurina. También las emisoras locales de radio se desplazan a los pueblos para transmitir "en vivo".
    En promedio asisten unas 500 personas a la actividad semanal de cada agrupación. Esa cifra ha llevado al experto en temas taurinos, Jorge Arturo González, Cañero, a estimar que, en un año, los toros reúnen más público en las graderías que el futbol.
    "Reto a cualquiera para que, de noviembre a mayo, haga un estudio para averiguar dónde va más gente en Costa Rica, si a los redondeles o a los estadios", sentenció.
    Y es que, aparte de los espectadores, cada fecha de campeonato pone a trabajar a mucha gente y mueve grandes sumas de dinero (cada jornada de monta puede costar más de ¢500.000). Ese monto lo cubre la taquilla que recauda la comisión de festejos de cada pueblo y hasta sobran algunos billetes para obras de desarrollo comunal.

    Muerte en la arena

    Mas en los redondeles también ocurren tragedias y, por desgracia o descuido, muchos montadores costarricenses no han sobrevivido para contar sus hazañas.
    Según un estudio de Cañero, desde 1989 solo han muerto cuatro personas en campeonatos oficiales de monta de toros.
    Sin embargo, hay que sumar a la lista a decenas de hombres que, en los últimos lustros, fallecieron en diversos redondeles del país. Luis Ponce Ponce, Miguel Flores, Luis Ángel Muñoz, Manuel Azofeifa, Wálter Angulo, José Valverde Garro y Santos Casanova, son solo algunos de quienes dejaron su vida en la arena.
    "Una mala jugada del toro en la manga, una descordinación al momento de abrir la puerta, una mala caída, un golpe contra la barrera, una patada, una cornada o un cabezazo del toro pueden ocasionar heridas mortales", explica Luis Albenda Alvarado, exmontador y exdirector del grupo de monta Los Liberianos.
    Aunque una fatalidad puede ocurrir en cualquier momento, la prevención de accidentes ha aumentado con los años. Desde 1989, el decreto ejecutivo 19.183-G-S estableció un reglamento de actividades taurinas que todas las comisiones de fiestas deben acatar, letra por letra.
    Allí se fijan las normativas para la monta de toros, desde la medida de las espuelas hasta el pago de una póliza que cubra las lesiones sufridas por los montadores.
    Además, el reglamento faculta a las autoridades policiales para que prohíban el ingreso y la monta de menores de edad o adultos perturbados por el consumo de alcohol o drogas.
    Sin embargo, amén de reglas y decretos, cada montador será responsable de su destino. Cuando pida "puerta" y pegue la espuela, tendrá ocho segundos para jugarse la vida. Superado ese lapso, sigue la gloria de saberse héroe de una cultura que se niega a morir.

    Herencia colonial


    De acuerdo con Jorge González Cañero, la monta de toros en Costa Rica recibió una fuerte influencia de los trabajadores de Chontales, Nicaragua, que fueron traídos al país durante la colonia.
    "Por esas épocas no había corrales, ni barreras para reunir al ganado. Los jinetes corrían en un círculo alrededor del hato y así los mantenían juntos. Si un toro se desprendía, quien lo lazaba tenía derecho a montarlo y, si no lo botaba, recibiría al animal como regalo", cuenta González.
    Esa práctica generó competencia entre los peones de cada finca, para demostrar quién era capaz de permanecer en el lomo de un toro bravo.
    La fama de los animales era conocida en otras haciendas e hizo surgir la rivalidad entre sus peones.
    "Los peones decidieron medir sus fuerzas en un campo neutral y fue cuando se trasladaron a los pueblos y surgieron las primeras barreras, hechas con vara de montaña", añade Cañero.


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